Si eres de aquellas personas que lleva a acabo una dieta o, simplemente, una alimentación saludable y que, además, tienes a bien realizar alguna práctica deportiva de forma regular, enhorabuena.
Seguramente disfrutarás de una mayor calidad de vida, de una mejor relación con tu propio cuerpo y te darás cuenta de que, esta sensación de bienestar general, se refleja en tu comportamiento y tus circunstancias externas.
Así, sintiéndonos más cerca de nuestro peso ideal según nuestro índice de masa muscular, solemos transmitir mayor seguridad y, en general, mejoran nuestras relaciones y nuestra actitud ante la vida. En ocasiones, sin embargo, sucede que, pese a que llevamos a cabo una dieta equilibrada, evitando azúcares, bollería, las denominadas grasas trans, helados, alcohol, etc…
Y a pesar de realizar regularmente algún tipo de ejercicio físico (especialmente los denominados ejercicios aeróbicos, tales como el footing, la natación o la bicicleta), no conseguimos que esto se refleje en nuestro aspecto físico. Si la grasa abdominal que se acumula en los hombres, especialmente a partir de los cuarenta años, o aquella que, sobretodo en las mujeres, suele concentrarse en la zona de los glúteos, permanece, puede deberse a varios motivos.
El más obvio es que, sencillamente, la dieta que estemos llevando a cabo o nuestra alimentación general, pese a que la consideremos saludable, no esté siendo del todo correcta, por lo que su efectividad disminuye. Por ejemplo, si comemos una gran cantidad concentrada en pocas ocasiones al día, en lugar de una cantidad limitada repartida en cinco comidas.
También puede suceder que nuestra práctica regular de ejercicios no llegue a quemar suficiente grasa. Esto puede suceder porque no estamos actuando de manera correcta. Quizá no realizamos el esfuerzo en el momento oportuno y con los descansos interválicos adecuados. No obstante, puede suceder también que, simplemente, haya algún elemento en nuestro organismo que ocasione alguna disfunción que, a su vez, nos esté impidiendo la adecuada aceleración de nuestro metabolismo, necesario para la reducción de grasa.
Esta aceleración se da de una forma natural cuando el cuerpo lo necesita, solo que, como sucede cuando experimentamos cualquier otra enfermedad, en ocasiones el cuerpo no cuenta con los recursos adecuados para su correcto funcionamiento. Así, puede ser que, debido a alguna inflamación, esta aceleración no se esté produciendo. Si se diera tal caso, recomendamos el consumo de alimentos con propiedades antiinflamatorias, tales como el melón, el pepino, arándanos, apio, espinacas, brócoli, granada y lenguado.
Si, como sucede en no pocas ocasiones, la causa que impide la aceleración de nuestro metabolismo radica en el aparato digestivo, podemos recurrir a la ingesta de alimentos facilitadores de la digestión, de propiedades diuréticas, como son semillas de chía, hinojo o pera.
Otro factor que puede estar tras la ausencia de dicha aceleración puede estar en los desequilibrios hormonales, a cuya regulación pueden contribuir el aguacate, el melocotón, el cilantro, ciruelas, rábanos u hongos hitake. No obstante, en general, si la aceleración del metabolismo no se lleva a cabo por nuestro cuerpo de forma natural, suele ser debido a un cúmulo de factores. Es por esto que, en general, recomendamos activarla con alimentos activadores metabólicos, denominados “quemagrasas”. Estos son ricos en fibra y agua, y destacan por su bajo nivel calórico. Entre otros, podemos citar el limón, endivias, aguacate, cúrcuma, mango, cítricos, pollo, huevos o agua de coco.