Beneficios del veganismo para la salud

En primer lugar, conviene distinguir entre el vegetarianismo y el veganismo. Mientras que el primer tipo de dieta acepta la ingesta de derivados de la leche (yogures, queso, etc.) y los huevos, la segunda erradica también la posibilidad de comer dichos alimentos. Con todo, no cabe duda de que tanto el vegetarianismo como el veganismo son tendencia en la actualidad. Cada vez son más los estantes de supermercados y tiendas ‘ecológicas’ copados por productos cuyo mayor reclamo es que están exentos de cualquier ingrediente animal. Pero, ¿a qué se debe esta proliferación? ¿Es una simple moda o, tal y como defienden sus seguidores, no comer animales es realmente más sano para la salud humana?

Los estudios (y artículos, foros, webs, ponencias, etc.) sobre el tema cada vez son más abundantes, pero lo cierto es que, por más que una se informe al respecto, resulta muy complicado llegar a obtener una respuesta satisfactoria sobre el asunto. Por ello, en esta entrada queremos referirnos, aunque sea de manera breve, a uno de los máximos exponentes en la materia a nivel mundial, el Dr. T. Colin Campbell, bioquímico norteamericano experto en nutrición. Su historia arroja bastante luz sobre las bondades de no comer animales. El vegetarianismo y la proteína animal según la obra del Dr. Campbell

La mayoría de conocimientos adquiridos por el Dr. Campbell a lo largo de su amplia carrera han quedado reflejados en su obra ‘El estudio de China’ (coescrita junto con uno de sus hijos), un libro de referencia en nutrición cuya primera edición fue lanzada al mercado en 2005 con un enorme éxito de ventas. En ella, el Dr. Campbell explica los motivos que lo llevaron a convertirse en vegetariano, allá por los años 70, después de toda una vida comiendo carne y defendiendo su ingesta frente a sus alumnos (por entonces alternaba su labor de investigador con la de profesor).

Según cuenta el doctor, un amigo científico le pidió que se mudase con él a Filipinas para estudiar un extraño fenómeno que allí se producía: la mortandad infantil a causa del cáncer de hígado (una enfermedad tradicionalmente adulta) era enorme. La premisa de la que su colega partía era que la razón fundamental detrás de dicho fenómeno era la ingesta de cacahuetes (un alimento muy popular en Filipinas, así como en muchísimas otras regiones subdesarrolladas del planeta), y en particular de una de las toxinas con las que eran sulfatados (la aflatoxina).

El estudio estaba financiado por el gobierno estadounidense, y el Dr. Campbell decidió aceptar el reto. Así comenzó uno de los estudios más significativos sobre la relación entre la dieta y el cáncer, un estudio que duró más de diez años y que abriría infinidad de puertas en terrenos relacionados con el ámbito de la nutrición. En dicho estudio (que con el paso de los años se convirtió en un enorme experimento y que trasladaría su objeto de estudio a la población de otro país asiático, China), el Dr. Campbell descubrió que la elevada mortandad infantil por cáncer de hígado no se debía a la ingesta recurrente de aflatoxina, sino sobre todo a la activación de esta cuando entraba en contacto con proteínas de origen animal.

El experimento más conocido del Dr. Campbell y que influiría de manera determinante en la concepción venidera y a nivel global de la dieta (y, así, del vegetarianismo) consistió en separar a dos grupos de ratas y alimentarlas de la siguiente forma: al primer grupo se le suministró cierta cantidad de la toxina cancerígena, pero en su dieta solo se incluyó proteína de origen vegetal; al segundo grupo se le administró la misma proporción de aflatoxina, solo que en este caso sí se alimentó a los roedores con proteína de origen animal. El resultado fue más que esclarecedor: el 100% de las ratas del segundo grupo murió infectado por cáncer durante el tiempo que duró el experimento, mientras que todas las ratas del primer grupo sobrevivieron al mismo. De este modo quedó demostrado que la toxina cancerígena, por sí sola, no afectaba a los sujetos de la investigación (permanecía latente pero inofensiva), sino que requería de la exposición a un agente externo (la proteína animal) para que reaccionara y desarrollase las mortíferas células cancerosas.

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