Aceite de coco: la grasa de moda

¿Qué es el aceite de coco?

El verano pasado se puso muy de moda el beber agua de coco, por sus características nutricionales. Rara era la persona que no lo había probado o no había oído hablar de ese agua. Unos cuantos meses después aparece el boom del aceite de coco. Todo el mundo habla de él y lo utiliza tanto como cosmético como grasa para cocinar. Pero, ¿sabemos realmente qué es el aceite de coco y por qué es tan bueno consumirlo? Vamos con un poco de teoría.

El “aceite de coco” también se conoce como “manteca de coco” ya que, a pesar de ser una grasa vegetal, su composición grasa hace que a temperatura ambiente suela estar solidificado, adquiriendo una apariencia untuosa similar a la de una manteca de cerdo o una mantequilla. El aceite de coco es una sustancia 100% grasa que contiene alrededor de un 85% de ácidos grasos saturados, extraídos mediante prensado de la pulpa de los cocos.

Su perfil lipídico o composición de ácidos grasos está representado en su mayoría por ácidos grasos de cadena media (MCT), que cruzan fácilmente las membranas de las células y llegan al hígado, donde serán almacenadas como grasa de reserva. Si desglosamos el perfil lipídico del aceite de coco, vemos que dentro de sus ácidos grasos de cadena media (MCT) encontramos:

  • 49% ácido láurico (12:0).
  • 8% ácido caprílico (8:0).
  • 7% ácido cáprico (10:0).
  • 2% ácido esteárico (18:0).
  • 6% ácido oléico (18:1).
  • 2% ácido linoleico (18:2).

Como podemos observar, prácticamente el 50% de la composición del aceite de coco se corresponde con el ácido láurico, que tiene unas propiedades muy especiales, pues fortalece el sistema inmune gracias a su capacidad antivírica y antibacteriana, lo que nos ayuda a protegernos frente a infecciones producidas por bacterias y hongos.

Lo que nos dijeron del aceite de coco

Unos cuantos de años atrás, estuvo muy en tela de juicio el uso de aceite de coco con fines alimenticios. Incluso se llegó a afirmar que el consumo continuado de aceite de coco podría estar muy relacionado con la aparición de determinadas enfermedades cardiovasculares o derrames cerebrales. ¿Cómo se llegó a estas conclusiones? ¿Qué tipo de estudios se realizaron?

Pues bien, el estudio que abrió la caja de Pandora y desató el caos, simplemente pretendía observar cuáles eran los resultados obtenidos tras someter a una serie de ratas a una dieta en la hubiese un claro déficit de ácidos grasos esenciales, como son los ácidos grasos omega-3 y los omega-6.

Los científicos encargados de dicho estudio debían encontrar un aceite o grasa que sirviese como alimento de las ratas para poder poner en marcha su experimento. Analizaron los diferentes tipos de grasas animales y vegetales que existen, y descubrieron que el aceite de coco tenía un perfil lipídico muy similar a lo que ellos estaban buscando. El único problema que encontraron con el aceite de coco era que una pequeña proporción de sus ácidos grasos es insaturada (contiene ácido oléico y ácido linoléico) y de este modo no lograrían unos resultados 100% fiables.

¿Cuál fue la solución que encontraron ante este contratiempo? Se les ocurrió que debían convertir en saturados esos ácidos grasos insaturados. El modo de hacerlo era a través de una modificación en la estructura de los ácidos grasos, que se consigue añadiendo moléculas de hidrógeno. De esta manera, se obtienen grasas saturadas con configuración TRANS, o también podríamos llamarlo aceite de coco hidrogenado. Et voilà! ¡ya tenían el alimento prefecto para su estudio!

El experimento se puso en marcha y los científicos no se dieron cuenta de que, sin quererlo, habían recreado el escenario perfecto para el desarrollo de enfermedades cardiovasculares: déficit de ácidos grasos esenciales + aporte de ácidos grasos trans.

La conclusión a la que llegaron los científicos del estudio fue la siguiente: “la falta de ácidos grasos esenciales aumenta los niveles de colesterol y produce enfermedades coronarias”. Inmediatamente todos los noticieros y revistas científicas lanzaban sus titulares: “dietas basadas en grasas saturadas como el aceite de coco produce enfermedades de corazón”.

La interpretación errónea de los resultados obtenidos en este estudio, hizo que durante muchos años el aceite de coco dejase de utilizarse con fines alimenticios, aunque sí se siguió su uso con fines cosméticos.

Lo que hoy sabemos del aceite de coco

Con el paso de los años numerosos estudios han ido desmintiendo aquello que se afirmó hace tiempo. Hoy en día se ha demostrado que no existe relación entre el consumo de grasas en general y un mayor desarrollo de enfermedades.

Además se ha estudiado ampliamente el aceite de coco en particular y son muchas las propiedades que se le adjudican a su consumo. Se sabe que el aceite de coco eleva el colesterol-HDL y la interleucina 1 (IL-1), mejorando así el perfil lipídico sanguíneo, produciendo efectos antiinflamatorios y mejorando también la respuesta a la insulina.

Por su perfil lipídico o composición en ácidos grasos, el aceite de coco es una de las grasas más estables que podemos utilizar para cocinar, tanto en caliente como en frío, pues con la aplicación de altas temperaturas no se altera ni tampoco sufre procesos de oxidación.

La mayoría de los estudios recientes, aseguran que el aceite de coco tiene un efecto neutral o incluso beneficioso para la salud de las personas.

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